El bermejeño de la bicicleta “Caloi” y el Tour de Francia

Autor/Fuente: elpais.bo

Publicado: miércoles septiembre 30, 2020

Eran las cuatro de la tarde y él sabía que en cualquier momento escucharía la voz de su abuela ordenándole comprar pan, sin pensarlo dos veces, iba a efectuar el pedido, montado su bicicleta roja marca Caloi. Ése es el recuerdo más antiguo que tiene Abrahán sobre cómo empezó su pasión por las ruedas, cuando apenas tenía nueve años de edad.

Hacía su recorrido desde las calles polvorientas del barrio Petrolero hasta la tienda más cercana que encontraba al pasar los cuarteles, justo al lado de la iglesia de San Gerónimo en Tarija. A su corta edad nunca imaginó que un día conocería el país de extremo a extremo, donde su sueño más grande sería llegar al Tour de Francia.

Sentado en un banco de fierro que no mide más de medio metro, ahora con 48 años, y desde un taller improvisado que queda a un costado de su casa, recuerda cómo la vida le regaló muchas alegrías y también tristezas que vinieron con el deporte de los pedales.

Nació en Bermejo el año 1971, la escuela nunca le llamó la atención, pero nadar en el río de aquella frontera, correr y pedalear, sí

Abraham nació en Bermejo en el año 1971, la escuela nunca le llamó la atención, pero nadar en el río de aquella frontera, correr y pedalear, sí. Trabajó desde su adolescencia en un taller mecánico, ahí arreglaba aros de motos mientras todos los días aguardaba la hora para ver pasar a una joven, que años después se convirtió en su esposa.

“Uno pierde la cabeza cuando se enamora”, dice un poco nervioso mirando un cartón en el suelo donde resalta un alicate amarillo.

Janeth, su novia, debía dejar Bermejo y viajar a Oruro a cuidar a su madre. Él, convencido de su amor y seguro de no repetir la historia de sus padres, quienes se separaron cuando aún era un niño, partió con ella, sin siquiera pensar que aquel departamento le abriría puertas, aquellas que no encontró en su propia tierra.

Ya instalados, empezó a buscar trabajo, pero también un lugar donde entrenar. Poco a poco fue conociendo amigos, hasta que llegó a ser parte de la Asociación de Ciclismo de Oruro. Sus fines de semana destinados al entrenamiento consistían en ir hasta La Paz o Cochabamba recorriendo trayectos de más de seis horas, pegado a los pedales.

Su dedicación hizo que el tarijeño pasara a formar parte de la selección orureña de ciclismo. Conquistó a nivel nacional trofeos, medallas y aplausos con su equipo legendario GT, donde él era el capitán.

Entre las carreras que más recuerda, se encuentra la Doble Copacabana, que después se convirtió en la famosa Vuelta a Bolivia, organizada por el padre Eduardo Pérez Iribarne, y que era avalada, incluso por la Unión Ciclista Internacional. Asociación que regula la Vuelta a España o el Tour de Francia.

Abraham observa fotos junto a su hija

En una de sus trayectorias entre Sucre y Potosí cuenta que sufrió un accidente. Fue un día en que iba a toda velocidad por la carretera, cuando no se percató de una piedra en el camino que no logró esquivar, cayó y por encima de él pasaran unas cuantas bicicletas más, se ríe y lleva su mano manchada de aceite negro hacia su hombro, “me fracturé la clavícula”, indica.

 “Duro de matar”, así se califica, pues, una vez se electrocutó al tocar una torre de alta tensión en la Gendarmería Argentina que por “suerte lo botó”. En otra oportunidad resultó ileso del vuelco de un bus de la empresa Golondrina, en la época cuando también existía la Expreso Tarija y Yacuiba.

El miedo nunca logró paralizarlo, las ganas quedaban intactas. Llegó a participar también de la Vuelta Internacional a Tarija, que duró 10 días, y tuvo la participación de referentes nacionales y de Latinoamérica.

Fue allí donde observó de cerca las bicicletas profesionales, entrenadores, masajistas y hasta la dieta que tenían aquellos deportistas. Ahí se convenció que esa disciplina era para gente que tenía dinero. Pese a ello, nunca dejó de soñar con Francia.

Entre sus últimos recuerdos ligados al deporte, se encuentra un hotel y una “mesa gigante” con desayuno variado para un mes. Él,  que nunca llevó una vida de lujos, recuerda que comió hasta cansarse.

Ya con cuatro hijas y un sueldo de albañil, empezó a dejar los entrenamientos y las competencias profesionales, necesitaba más tiempo para trabajar y sostener a su familia.

Después de años decidió regresar a Tarija, encontró un lote más allá de Luis Espinal, improvisó un cuarto para seis integrantes y abrió su bicicletería en la avenida Gamoneda y Circunvalación, donde actualmente se encuentra el Banco Unión.

Así, dejó de ser quien montaba las bicis para convertirse en quien las arreglaba, más aún, el negocio no fue rentable, cerró y volvió a los ladrillos y al cemento.

Su primogénita creció y a sus 14 años empezó a revivir las glorias de su padre en los Juegos Plurinacionales. Abraham ahí ya no corría, pero sentía que lo hacía.

Él se constituyó en el entrenador oficial de su pequeña, le armó su bicicleta, y día a día “sin flojera” recorrían San Jacinto, Pampa Redonda y Bolivia, pues, ahora era ella quien participada en competencias.

Abraham tiene puesto un jeans, lleva polera azul que dice Aeropostale en el pecho, también viste ojotas y su infaltable gorra ploma que oculta su cabello ondulado.

En una caja negra de zapatos, al menos cincuenta páginas deportivas de diarios del país evidencian que él fue un prometedor ciclista. La emoción es evidente en sus ojos mientras revisa incansablemente aquellos papeles impresos, donde su nombre y su rostro están plasmados.

Sus recuerdos parecen completarse con un cuadro empolvado que trae su hija menor. Cinco fotos lo muestran joven y feliz. Una es su favorita, la apunta con su dedo índice, él aparece junto a su equipo, festejando una victoria con las manos levantadas, donde resalta una medalla.

Hace cuatro meses nuevamente se vio sin trabajo por las restricciones de la Covid-19. Decidió buscar su letrero oxidado por los años, hacer campo en su casa y reabrir su bicicletería “Bermejo” en el patio.

Asegura que le va mejor que antes, pues la pandemia no ha quebrantado su fe concentrada en que “vendrán tiempos mejores”, es justo allí donde se le entrecorta la voz y pide un vaso de agua.

Abraham nunca dejó de ser ciclista, esto le enseñó perseverancia y que la vida es una carrera que nunca se abandona. Él compara esto con el matrimonio, “uno se compromete a amar para siempre”, dice.

Nunca llegó a Francia, pero pasea tranquilo por Tarija en una bicicleta Zenith negra con sus hijas, cualquiera que lo viera creería que sí logró su sueño, de pedalear en el viejo continente.

La esperanza y los recuerdos

Baúl de glorias

Una caja de cartón de zapatos, es el baúl de los recuerdos de las glorías que vivió Abraham en su juventud. Ahí guarda periódicos que reseñan sus momentos de triunfos cuando se dedicaba al pedal, hay también fotografías que están enmarcadas.   Al mirarlas, infla el pecho y se llena de orgullo.

La bicicletería

Por la restricción de la pandemia de la Covid-19, Abraham optó por volver a reabrir su taller de bicicletas que hace años lo había dejado para dedicarse a la construcción, oficio que le dejaba más ganancias. Buscó su letrero que los años oxidaron e hizo espacio a un costado del patio de su casa.   

La heredera

La hija de Abraham creció y a sus 14 años empezó a revivir las glorias de su padre en los Juegos Plurinacionales. Abraham ahí ya no corría, pero sentía que lo hacía. Él se convirtió en el entrenador personal de su primogénita, su fe está puesta en ella, le armó una bicicleta especial para sus competencias.

© 2008 - 2021 Bermejo Noticias. Todos los derechos reservados.

Desarrollado por webs